domingo, noviembre 13, 2011


Comentario sobre "Corazón de abril" de Johnny Barbieri

Es el mes de amaneceres floridos, el mes más cruel. Era la edad de los relojes de arena, la de los corazones de trapo envueltos en llamas. Será el momento de los espejos hechos añicos, el de alargar el suspiro del bandoneón. Sería el invierno de caballos desbocados ante el exilio del sol, la primavera de la pérdida. Sólo queda abrazar la calma de domingo tras las cortinas que apenas dejan entrar la luz y nos quedamos con las manos vacías, mariposas ennegrecidas.

Los textos que se dilatan aquí son fruto de una ausencia, una de las más dolorosas, la de la propia madre. Johnny Barbieri despliega cadencia y quiebres sonoros, sus versos se hilvanan en fraseos sucesivos entre el abatimiento del duelo y la claridad de la esperanza.

CORAZÓN DE ABRIL es tal vez su aventura poética más íntima y arriesgada. Un tríptico de intensidades en que el poeta termina por desdibujarse a sí mismo en el silencio.

En la primera parte se traza un peregrinaje que abarca: infancia, juventud, madurez, convalecencia, agonía, muerte y exequias. La madre es Gaia y niña que se mece sobre un lago, mujer y Pachamama, mater et magistra. Aquí, el poeta limeño dialoga en momentos con Vallejo, Lorca, Paz y Ginsberg.

Ya en el segundo apartado encontramos impetuosos fraseos urdidos a zarpazos en una singular decena de poemas en prosa que remueven la luz de los rincones y agitan las alas de aves en sus migraciones tardías hacia la soledad.

En la sección final, Barbieri concede un poema de largo aliento, así hacemos un recorrido vertiginoso de la mano de su madre por pasajes y personajes de las escrituras bíblicas desde la creación hasta el calvario. Caída libre desde el fulgor del fiat lux que remata en la lobreguez del consumatum est.

Sin embargo, CORAZÓN DE ABRIL no es un memento fúnebre que gravita solamente entre los muros irremediables del sufrimiento y la mortaja de la soledad; sino una carta de amor en sepia que va tornasolándose desde la opacidad hacia la incandescencia. Un réquiem luminoso escrito para ese eje de ternura del que emergimos y permanece por siempre en nuestros vértices aunque haya desandado estos caminos.

Fausto Larraguível Lepe
Guadalajara, México, Agosto de 2011

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