domingo, junio 03, 2007


Sobre el Libro hindú de Johnny Barbieri (1)
Por Luis Fernando Chueca

En cada uno de sus libros anteriores, Johnny Barbieri organizaba el conjunto sobre un eje que visiblemente le daba unidad: una trama definida, un universo simbólico preciso, una estructura intensamente experimental, son algunos de los casos. En el Libro hindú (Lima: Noble Katerba ediciones, 2005) esto ocurre nuevamente, como también se mantienen otros rasgos que, aunque abordados desde perspectiva distinta, se retoman aquí; por ejemplo, la profusión de imágenes, que en algún momento permitieron reconocer en este poeta cierto ánimo surrealizante, y un intenso y, en este libro, delicado erotismo. Todo esto nos permite acceder a la imagen de un poeta preocupado por la construcción de una voz propia, que permita identificarlo, al tiempo que de un espíritu incansable de búsqueda que, como debe ser, lo previene, desde que apareció Branda y la mesón de los pandos, en 1993, contra la fácil repetición.Entre aquello que más notoriamente distingue al Libro hindú de los precedentes está, precisamente, lo que el título anuncia: una imaginería vinculada con el mundo de la espiritualidad y las divinidades del hinduismo y del tantrismo, sobre todo. Referentes que, si bien han estado presentes en determinados momentos y exploraciones artísticas del mundo Occidental -pensemos en Octavio Paz o en algunos de los beatniks, por ejemplo, para mencionar casos conocidos entre nosotros e importantes también en el aprendizaje de Barbieri-, referentes, digo, que si bien han estado algo presentes, no han llegado a convertirse en parte importante del bagaje literario o poético peruano.¿Qué hay detrás de esta opción?, podríamos preguntar. Alguien suspicazmente pensaría en una vocación de exotismo, artificial e innecesaria. Creo que el recorrido de la poesía de Barbieri y el cabal logro de sus versos permiten negar esa posibilidad: no es una pose o un gesto sin hondura lo que está a la base de sus poemas. También podría pensarse en una suerte de reclamo por que la imaginería hinduista participe con mayor libertad, como de algún modo lo hacen la china o japonesa, en el universo de nuestras referencias poéticas. O quizás haya quien se anime a hablar de una profesión de fe por parte del autor, aspecto que ignoro por completo. Frente a ello, me interesa regresar a la fundamental vocación de exploración de Johnny Barbieri. Sin duda, su poesía no podría entenderse sin esa postura que tuvo quizás su desarrollo formal más radical en El libro azul, de 1996. El Libro hindú no pretende regresar a esos extremos, sino que, con un ritmo contenido y terso, sereno sobre todo, y un fluido de imágenes de alta sugerencia, indaga en aspectos que las tradiciones filosófico-religiosas aludidas articulan: la vocación de trascendencia del ser humano, su contacto con lo sagrado, la armonía, la posibilidad de iluminación y el erotismo como vía de transformación y aprendizaje. (Estoy seguro de que José Pancorvo, con su gran conocimiento de las tradiciones y las simbologías religiosas, podrá abordar estos aspectos del libro sin reducirlos a los lugares comunes que yo menciono). Esto sin duda nos devuelve a la poesía como vía de conocimiento y de descubrimiento, pero también como movimiento interior de liberación o de aspiración a la libertad: como modo de articular un deseo frente a una realidad cotidiana que hace todo lo posible por que olvidemos esos aspectos fundamentales del ser. A propósito de esto, quiero terminar mencionando un poema en que, a contracorriente de lo que ocurre en casi todo el libro, explícitamente se nombra al Perú. "Cielo para doce niños" termina diciendo "en Perú hay un rancio anochecer sobre los cerros polvorientos / que se extienden por todo los lugares a donde hemos llegado / con esas formas tibetanas impregnadas en nuestra piel. / Muere Kala cada amanecer. / Solo hay un cielo esperándonos y hay que subir con un soga / como se sube en Rajastán / y hay que soltar a todos los niños, desatarlos de sus amarras / para que corran al horizonte / L I B R E S". Me parece que ahí está una de las claves de lectura del Libro hindú: se hacen necesarias, parece proponer el poema, y el libro todo, vías que devuelvan al hombre al camino de su radical deseo de libertad y plenitud. A la posibilidad de vivir la armonía y la comunión con los otros y con el todo. Repito que no sé si algo de la vía hinduista es parte de la experiencia de Johnny Barbieri; pero, sin duda, haber elegido tal simbología, le permite articular con profundidad ese reclamo por recuperar la dignidad de la vida en contextos de aparente oscuridad. Detrás de esa oscuridad reside la belleza y la pureza fundamental del alma humana, y el Libro hindú nos ayuda a redescubrirla.

Texto leído en la presentación del poemario Libro hindú de Johnny Barbieri, presentado por, además del autor de la reseña, Gonzalo Espino y José Pancorvo el pasado 28 de octubre en el Instituto Raúl Porras Barrenechea de Miraflores, en Lima.


Antología mínima de LIBRO HINDÚ (2005) de Johnny Barbieri

INDRANI EN TUS OJOS

Un hoyo al sur intangible que fue abriéndose para mirar el mundo,
las variaciones ascendentes de una naturaleza presente en tus ojos.
Una voz de mujer anunció el inicio de la transformación, ahora está allí dibujando el cielo sobre el tapiz de las paredes, clavando aquellos cuchillos sobre su pecho en un ritual de iniciación.
Indrani está en la hierba edificando una casa bajo un piano, llamando a Galba que se oculta en esa choza polvorienta de esteras rotas donde ayer colgaba las cicatrices de su cabeza, estaba desnuda
multiplicándose, delineando sus formas con los cosméticos viejos y las cenizas de aquella tarde muerta en sus manos.
Un hoyo al sur sobre la polvareda la recuerda, una belleza eterna tirada hacia atrás por el viento que levantaba sus cabellos, los muérdagos bajo los pies, la rafia celeste que hacía el cielo,
la línea bifurcada hacia los extremos de su ser y la nada,
la recuerda esta cuesta arriba hacia el infinito que no termina.

La luz de la vida no estaba en sus ojos, estaba en el bus yendo al Nirvana.


UN CISNE SOBRE UN LAGO PÚRPURA

Un cisne que cuelga del lago trasluce la magnitud del día y la noche,
el otoño de los años enumerados que es la suma de este horror que todo
lo contiene.
Un bosque de albas emerge de lo oscuro donde tus miedos están acumulados en un rincón.
El lago hecho de pedazos de periódicos envuelve tu desnudez. Tu cabeza púrpura se yergue ante mis ojos, tu cuerpo flota en medio de la noche mientras doce cisnes te rodean en una danza infinita.
Una ventana se abre en el aire para que el mundo te vea, hay muertos flotando en el lago boca arriba con los brazos extendidos. Nadie los ve.
Un poco de luz se derrama a lo largo del día mientras danzas una música hindú que lo alcanza todo.
Hay arrugas en tu piel, dos puntazos de lanza en tu cráneo, cicatrices de partos y sólo a ti te preocupa la menopausia que no te deja bailar como antes, pero estás vieja y eso todos lo saben.
Mañana será domingo y estarás mejor, recordarás aquella estación de los iniciados que simbolizaban utopías hechas a mano.
El espíritu liberado que ahora teje recuerdos
al borde de un lago púrpura que se nos va por entre los dedos.


MUDRA

La cantante retira su belleza con las pinzas más pequeñas,
la coloca al costado de su peluca roja,
su tez delgada evidencia recetas caras, trasluce huesos como las pinturas de una xilografía oriental,
danza sobre sus vestidos recién quitados,
alcanza el éxtasis en medio de la habitación,
sus tonos asimilan indicios de un cuerpo sutil.
Como una recién nacida se dobla, se enreda en sí misma,
a veces su cabeza gira, sus miembros inferiores autónomos van de un lado al otro, caminan por las paredes balanceándose,
pisan los gladiolos sembrados en enero,
tal lasitud se apodera de ella,
irritada salta sobre las pedrerías que la rodean desde siempre.
La cantante coge su belleza y se la pone en la cara
a un costado de una grieta que abrupta el suelo, el seno izquierdo se le ha caído sin darse cuenta,
la forma de mujer oriental se ha roto,
hay mudez en todos los rincones,
una inercia casi vegetativa que se va extendiendo raudamente,
coge los clavos que sujetan sus extremidades,
salta y da vueltas, se acuerda que le falta un pie
y que el plexo lo lleva atrofiado por años,
sin importarle nada,
una vez más,
la cantante se ha puesto a cantar.


KRISHNA LILA

Al principio su cabeza estaba ligeramente abultada a la derecha
con pequeños muñones de flores amarillas recién arrancadas del jardín.
Tenía en las manos el hueso astillado de aquellos martes de almizcle
impregnados en su piel,
los Mantras hecho de hierbas que se extendían a lo largo del camino para que anduviera en las tardes.
Nada hubo detrás más que aquella belleza lila de cinco minutos que se fue con los años.
A veces su cabeza rapada presentaba una lobotomía sacra como símbolo de conversión, y aquella mancha lila en la frente se disimulaba cuando se dejaba caer en los rituales del Yoga Samadhi
y su desnudez era lila total,
y los pies del aprendizaje Krishna se le acercaban lentamente
y la poseía a horcajadas,
y el césped celestial se volvía lila interior,
y los espacios que los ojos distinguían llevaban en las manos
un corazón lila,
un latido lila latiendo en el aire para que todo el mundo lo viera.

Así lo vieron mis ojos desde siempre.


EL CUERVO BLANCO

Su centro ha sido ocupado por el cuervo de la purificación.
La cópula está pintada en blanco sobre un lecho giratorio.
El cielo gira alrededor nuestro.
Sus nalgas permanecen alzadas sobre el diván mientras voy sesgando las impurezas que quedan en el suelo,
sus ojos buscan en el aire las huellas de la satisfacción tántrica.
Giro, hago círculos con mis manos sobre su cuerpo mientras su olor a almizcle lo va impregnando todo.
Ml tallo de jade echa raíces por aquellos espacios nunca antes recorrido.
El color blanco se derrama sobre su postura, un halo me envuelve, hay esencia en mí.
Las contracciones alcanzan a liberar la energía que hace mover el mundo.