jueves, setiembre 19, 2019

Mundo Nerval



mundo Nerval

una hoja Nerval caído de un árbol que retorna a ser semilla
un camino que bordea al gran mañana
existe un color Nerval tras la ventana
que se esconde de las miradas
existe un ojo Nerval bizco llorando ruidosamente
existe una mano Nerval asida a un grito de horror que
trepa al muerto hasta alcanzar la cima del adiós
Deifico una farola que alumbra tu cuerpo
cuando tu cuerpo está inhallable en el vacío
cuando tu cuerpo está colgado de un ave que despliega
sus alas incendiadas
cuando tu cuerpo está en el pasado caminando sin rumbo
buscando el hoy
Un canto Nerval enloquecido
un hálito Nerval que sale del interior de la muerte
para volver a morir
cúmulos de Nerval en la habitación dando vueltas con
su esquizofrenia en la mano
secreciones Nerval desparramadas por el suelo
salivas enardecidas lágrimas erróneas
un río de orín por en medio de la sala haciendo
un charco agonizante
La axila sobre la cama en un cosquilleo eterno 
ríes gritas lloras
un caballo Nerval que se va borrando lentamente en
su galopada final
un suicidio Nerval creciendo hasta alcanzar
la perfecta destrucción.

 En la tumba de Gérard de Nerval - cementerio de Père-Lachaise

lunes, junio 03, 2019

La mujer de ayer


la mujer de ayer
las perfecciones mermadas ruidosamente
ya nada reverdece para alcanzarnos hoy
se cierra el paso a nuestro encuentro
la mujer de ayer tras los vidrios biselados
está detenida por años
sus colmillos han crecido con su veneno que inmortaliza
otra vez seré la víctima
otra vez la noche enfebrecida punzará con su lanza letal
la mujer sobre la cama verá mi cuerpo morir
su veneno caerá a mis labios  
entrará a mi cuerpo como un aliento de muerte
mis órganos se hincharán    mis ojos saldrán de sus órbitas
sus dedos afilados tomarán mi cuello estrangulándome
hasta oír el estertor final
sus bellas manos degolladoras indetenibles surcarán
mi cuerpo que he dejado tras de mí
hurgará los espacios bajo los edredones  
sus mechones de cabellos los hará caer sobre mi desnudez
lamerá mi cuerpo  
se erguirá bajo el clímax reiteradas veces
la mujer de ayer cortará sus venas   
me servirá un café a la sombra del adiós
cantará canciones enmudecidas
llorará por mí sobre una cama vieja donde se deletrea
el olvido    sus ojos polvorientos sólo verán las cicatrices
que acumulan los años
yo veré tu cuerpo de ayer  
tus senos grandes de ayer detenidos en mis manos
frente a ti unos ojos un muro de ojos unos ojos pardos
unos ojos infelices que miran nuestros cuerpos zozobrar
bajo las crecidas aguas
el olor seminal a perpetuidad
tu voz de ayer grita sin gritar    
tu voz violentada anudada acorralada
acallada desde siempre
a lo lejos el mar   el parto    el caballo que no vendrá  
la ventana abierta para que salgan los malos augurios
relees papeles   oscilas entre ir y venir   nada está más
distante que este minuto que te enmudece
languideces tras el poseso
los caminos verdeantes se han cerrado definitivamente
con tus pasos dentro
aquí el veneno de ayer está sobre la mesa
los ovarios baldíos    el puñado de mariposas que sueltas
al atardecer sobre tu habitación
para que te acompañen en tu soledad
enmudece el mundo que te rodea
borras los dibujos que te estremecen
esos ojos que nos miran
esa inmovilidad de libros que nos da sombra  
los trapos tirados en el suelo
los bordes de todo lo que hay   
el filo del cuchillo en la yugular
tus colmillos bebiendo mi sangre   el reloj precipitado
hay una espesura en el aire que no deja respirar
la mujer de ayer a perpetuidad bajo la noche indetenible
sobre el camino que se va y nunca regresa
sobre esa ruleta que gira y gira hasta hacerse polvo.

Johnny Barbieri / Bandera de Herejes





martes, enero 08, 2019

Perro Mundo






PERRO MUNDO

  
Sientes una patada que te hace retroceder, entonces decides regresar. La calle se ha puesto demasiado peligrosa. No entiendes. En casa está el niño Gabriel esperándote. Solo él sabe que la calle te da miedo y que te estremece el alma cuando alguien te trata mal, inmediatamente te acaricia la cabeza y te abraza estrechándote contra su pecho. Es lo que te hace sentir bien, mueves la cola y saltas, zigzagueas dando ladridos de felicidad en el patio. La señora Valeria ha entrado a casa, es mejor retirarse - piensas, sus gritos histéricos te asustan. Buscas el cartón que han colocado en una esquina del patio de frías baldosas que te sirve de cama, sobre él das varias vueltas tratando de encontrar la posición más cómoda para echarte a dormir. Allí te quedas por horas, apenas te levantas para ladrar cuando alguien toca a la puerta, pero el rezongón de la señora te devuelve a tu lugar. Un trapo viejo que han colocado, hace más de un mes, para que te sirva de abrigo, lo empujas con tu hocico tratando de sacarlo del lugar, te incomoda, quieres alejarlo de ti. Hay un humor a rancio que no soportas, sabes que allí se engendra un criadero de pulgas. De vez en vez, te paras y te alejas, quieres echarte en otro lugar, pero la voz de la señora te despierta de aquel movimiento mecánico y corres a buscar tu sitio seguro, tu lugar donde eres menos vulnerable.

Los pasos flemáticos que logras oír son los del señor, te levantas y corres a su lado, sabes que te hará cariños en la cabeza y luego te ordenará que te quedes en aquel lugar, ya que a la sala no puedes entrar. Olisqueas en el aire, te paras, caminas por el patio, levantas tu fina nariz y olfateas con mayor profundidad, es pollo ahumado, entiendes que es hora de esperar, pronto vendrá la comida, aunque solo sea sobras, pero es tu comida y lo esperas con mucha ansiedad. Por suerte ya no están aquellos días en que la niña Verónica te dejaba con hambre, cuando se acordaba de ti ya había entrado la noche. Desde que se fue de vacaciones donde tía Victoria a Pacasmayo, la que te trae la comida es la señora Valeria. Primero rodeas el plato y luego engulles, sabes que no debe haber demoras, el hambre no espera. Al rato te sientes mejor, quieres salir a la calle y correr, te gustaría ir al parque que está a la espalda de la casa, echarte en la hierba, revolcarte en el montículo de tierra que se encuentra en una esquina, orinar hasta formar un charco enorme, y que todos los demás perros chuscos sepan que esa es tu zona, te gustaría defecar sobre la tierra removida, quisieras eso, entonces te empieza a doler el estómago, corres, das vueltas por el patio, vas a un rincón y no puedes, quieres aguantarte pero ya es tarde, lo has hecho justo en medio del patio, un mojón enorme, sabes que estás jodido, que esas cosas solo se hacen por las noches cuando el niño Gabriel te saca a la calle y te lleva a dar una vuelta por el barrio, hacia la canchita de fútbol. ¡Perro de mierda, asqueroso...no puedes ir a la calle! otra vez la patada de la señora que te manda a ocultarte en tu rincón, esta vez te doblas rápido sobre tu cartón y te envuelves como un ovillo, te quedas quietecito, sin hacer el menor ruido porque sabes que de un momento a otro te puede caer un escobazo. Solo después de un largo rato, cuando sientes el aire mansito y las voces se han apagado, decides levantarte a estirar un poco los miembros, caminas por esas baldosas moteadas delineando curvas, círculos, giros medio raros, estás cimbreante, rampas un poco, te encantaría quedarte así todo el día, muy dentro de ti estás alegre, sabes que ya falta poco para que llegué el niño Gabriel de sus clases. Cuando toca el timbre, brincas, ladras con desesperación, mueves la cola doblando tu cuerpo. Es el niño, su olor te lleva instintivamente a correr tras la pelota de hule, sabes que te hará saltar tirándola por los aires. Lo esperas a la puerta de la casa, no demorará mucho. Tus ojos se abultan tras la espera. Cuando se abre la puerta lo primero que hueles es su sandalias de cuero crudo, entonces te alegras, lo escuchas hablar pero no entiendes, solo corres tras la pelota y lo tomas con la boca, sabes que el niño vendrá hacia ti y te la quitará con fuerza, pero tú estás decidido, esta vez, a no dejártela quitar tan rápido, entonces se echa encima de ti y ríe, sientes que eso está bien, que él está contento contigo, le muerdes el brazo delicadamente y él te jala la oreja, entonces eres feliz, un momento que desearías estirarlo por el resto de tu vida, pero eso es imposible, el niño se irá pronto tras la voz imponente de su madre. Antes de irse bailoteas en medio del patio invitándole a que se quede, a que no te deje otra vez, quisieras decirle que ya estás cansado de estar solo y llorar, aunque no lloras como ellos, lo haces por dentro, quisieras gritarle que no te deje solo porque se te destroza el corazón y el alma empieza a dolerte como si un aguijón lo atravesara por completo. Después que te toca la cabeza, sientes sus pasos alejarse y otra vez quedas vulnerable, tus ojos parecen humedecerse, estás en blanco sin saber qué hacer ni en qué pensar, solo un enrejado de soledad y tristeza comienza a envolverte.

A la mañana siguiente, muy temprano, la señora te deja salir a la calle para que hagas tus necesidades, esta vez, estás decidido a llegar más lejos, caminas hacia el parque, solo encuentras a un perro amigo que te ladra, en cualquier otra circunstancia irías detrás de él y jugarías un poco, pero esta vez no, hay ciertos empellones que te obligan a seguir adelante, entonces te diriges a la canchita de fútbol, nunca hubieses ido si no estarías con el niño Gabriel, pero, esta vez, vas solo, caminas con temor, te asusta el más mínimo ruido, hueles, empiezas a olerlo todo, te acicalas un poco, son los nervios, buscas un montículo de tierra para poder orinar, lo haces de la manera más rápida, miras a tu alrededor, no hay niños bullangueros ni gente mayor que agarren una piedra y te lo avienten al lomo sin compasión. El día aún no se ha puesto del todo, decides seguir caminando, te paras, te lames un poco, avanzas, buscas con el hocico algo en la tierra, das vueltas y empiezas a defecar, pujas, una sensación de tranquilidad se empieza a enroscar en tu semblante, de lo más hondo de tu ser hay algo que se complace con la libertad y te empieza a gustar, entonces flaqueas, te distraes, cuando te das cuenta del error ya es tarde para escapar. Un costal te engulle por completo como un reptil, quieres escapar pero no puedes, muerdes a cualquier lado, sientes que estás atrapado y no sabes qué hacer, una incertidumbre se apodera de ti, algo por dentro te dice que no será nada bueno lo que te espera, tiemblas, como cuando la señora se enfada contigo por tus orines en el patio, pero esta vez sientes que es algo peor, tu instinto te hace pensar en algo malo, otra vez te mueves con mayor fuerza tratando de zafarte de aquella oscuridad que te estremece. Agudizas el oído, solo escuchas voces extrañas que no entiendes, pasos que aceleran sobre el suelo sin asfaltar. De pronto sientes tu cuerpo chocar contra el duro terreno, muy rápido intentas voltear el lomo tratándote de poner en pie pero no puedes, tu corazón se acelera aún más, te empieza a faltar el aire, tu aliento se hace espeso, empiezas a resollar. Cuando se abre el hocico que minutos atrás te ha engullido, quieres huir, llamar al niño Gabriel para que te salve de estos desconocidos que acaban de colocarte una soga al cuello. En tu desesperación logras morder una mano gruesa y venosa que luego te toma de la nuca y te levanta en peso, una flaca silueta se coloca delante de ti y apura el amarre. Logras ver a otros dos pintando en la pared letras que no entiendes. Sientes que ya no puedes hacer nada, entonces te dejas llevar por la providencia, quizás el destino no sea tan malo contigo. El hombre, el amo sabe lo que hace. Cuando sientes que la soga tensa tu cuello, ya es tarde para todo. Solo asciendes sobre un poste viejo a las alturas.

 (De "El Hijo rojo y otros cuentos" - Johnny Barbieri)





lunes, octubre 24, 2016

La Masa - El Cabaret verde





LA MASA



Sus manos se habían posesionado de aquellas rejas mohosas que cercaban la casa de la viuda. Aun así fue arrancado de un tirón como se hace con la mala hierba. Soy inocente, yo no he sido, Don Simón yo no he sido. Ya era demasiado tarde para que alguien se detuviera a escucharlo. En aquel momento la masa estaba enceguecida. Casi fue llevado en vilo. Nadie le quería oír. Lloraba mucho, yo vi cómo se sorbía los mocos cuando gritaba su inocencia. La gente había empezado a golpearlo, sobre todo los hombres, mientras que las mujeres no paraban de gritar, maldito, maldito monstruo, ahora te mueres. Por ahí a una sola voz se escuchaba, justicia, hay que quemarlo. Al parecer lo que le había hecho a la pobre Juanita nadie estaba dispuesto a permitirlo. Ninguna benevolencia fue admitida para aquel que había mancillado un alma tan pura, los puntales de un retraso mental estaban abiertos como un ojal, Juanita sufría. 

El Goyo, fue hallado en el lugar del hecho, nadie supo por qué estuvo en aquel lugar en ese preciso momento, tampoco le dieron la oportunidad para explicarlo. Sus antecedentes lo habían condenado: errabundo, ratero, echado al alcohol y a la droga. Nada le era favorable. Yo miraba con los nervios crispados. Lo habían atado a un poste viejo. Tironeaban de las amarras para que no haya opción al escape. Su ropa sucia estaba tirada por el suelo a lo largo del trayecto que daba a la bocacalle y donde ahora estaba amarrado a su suerte, indefenso, como nunca lo estuvo. Los golpes que recibió lo habían atontado. Yo vi cómo sus ojos se nublaban y empezaban a coger un color blanquecino como si estuviera mirando un profundo vacío. Su desnudez estaba cubierta solo de aquella polvareda que se le había impregnado en el cuerpo cuando lo arrastraban por el suelo. Parecía un cuerpo sedado, casi sin movimientos. Las amarras que le sujetaban al poste, eran lo único que lo mantenía en pie. Todo parecía un gran ajetreo como si la masa quisiera acabar de inmediato con todo. Supongo que para él todo era una eternidad. Entonces la mujer que mascullaba palabrotas le empezó a echar combustible al cuerpo. Apenas pude ver algunos movimientos que parecían salir de un trance. Cuando de pronto una mano se alzó en medio de la masa y aventó un cerillo encendido. Al instante el cuerpo se alzó en llamas. Los movimientos que parecían dormidos empezaron a despertarse con desesperación, entonces pude oír los gritos más estremecedores que había oído jamás. La masa parecía complacerse con aquel espectáculo de horror. Sentía como si fuera mi cuerpo el que se estaba quemando. Sus miembros desesperados querían escapar de sus amarras pero no podían. Fue una eternidad ver cómo aquellos movimientos se iban deteniendo poco a poco hasta quedar inmóvil. El olor a muerte empezó a asfixiarme y no pude más, no pude detenerme más y empecé a gritar, a gritar para mis adentros. Cuando la fuerza del orden llegó ya todo estaba consumado. Solo una masa que se dispersaba agazapándose en aquella luz mortecina de la noche, y un cuerpo quemado, quieto para siempre, en un impulso salido de la más profunda desesperación. Yo permanecía doblado dentro de mí, ahora, desentendido del mundo.

En un asentamiento humano, alejado del centro de la ciudad, las cosas se olvidan pronto. Los policías así como vinieron, así se fueron. Todo volvió a ser como antes. Los traqueteos de las ruedas de las mototaxis volvieron a escucharse en esas calles polvorientas que se extienden al lado de los cerros. Los postes se alzaban nuevamente con sus cableados y esos carteles de colores fosforescentes anunciando el espectáculo de fin de semana. El sabor insípido de la tarde se fue asentando nuevamente. La masa empezó a desplegarse insumisa.

La tarde que otra vez vi salir a la viuda me pareció una tarde aguardentosa. Sería seguro el sabor a licor que aún permanecía dentro de mí. Juanita estaría otra vez allí con el vencejo que la unía a un mundo de unicornios. Otra vez yo a la pesquisa de los espacios vacíos, otra vez bordeando la reja enmohecida, otra vez dentro de la casa frente a Juanita que me miraba a los ojos sin poner resistencia. Otra vez yo destrozando sus unicornios. Solo quedaba el silencio y el sabor rancio de la aberración. Afuera la oscuridad, adentro las cicatrices. Nuevamente la noche parecía tender su manto de complicidad frente a mí, pero al salir todo sería diferente.

No pude soportar el dolor en mis manos cuando las arrancaban de su sujeción de aquellas rejas que cercaban la casa. La masa empezaba a compactarse cerrándome el paso, iniciándose un griterío atroz: te jodiste maldito, ahora te mueres. El aire susurrante me decía que la gente empezaba a informarse de lo sucedido con una rapidez sorprendente. Cierta voracidad de justicia los fue envolviendo, yo lo volvía a ver, pero esta vez contra mí. Mis mejillas chapeadas empezaban a hincharse con los golpes. Sentí que me despojaban las ropas y dejaban ver hasta mi pobre alma, ahora totalmente vulnerable. Las palabras que vociferaban ya no las podía oír. Parecía que todo se me nublaba enfrente. Solo la sangre que brotaba de mi cabeza la sentía bajar por mi cuerpo desnudo hasta perderse por mis piernas. Las amarras se ovillaban por todos lados dejando inanimados mis movimientos. Cuando me lanzaron el líquido graso apenas pude decir: perdónenme, no me maten. Luego de olisquear con terror el combustible que había bañado mi cuerpo, vi la masa en su dimensión verdadera, enardecida  nuevamente, mirándome con esos ojos de ira que reflejaban un cuerpo que ya empezaba a arder en llamas.


(El Cabaret verde)


domingo, junio 12, 2016

Mariposa de crepé



mariposa de crepé

el vuelo rasante bajo la noche  
los lazos negros que tejen las alas que irán al sol
todo está tensado
ya no hay caminos para huir   
no hay espacios para ver el horizonte que se verticaliza
sólo hay púas sólo hay caminos vacíos
un árbol desmembrado frente a la bañera
el cigarro se apaga y te quema las uñas recién esmaltadas
muerdes el dril blanco de tu falda plisada
detienes el aliento
el verano se ha marchado hace tiempo sólo quedan
las sombras y todos los abortos que te esperan
las alas están colgadas desde los nueve años
la casa está vacía desde los nueve años
todo ha enmudecido desde los nueve años
Ted se ha ido desde los nueve años
ya nadie espera
los errores se acumulan como filudos cuchillos y te rodean
los ruidos de las bofetadas se agigantan
otra vez la estufa queda vacía mientras se endurece
tu corazón
no es suficiente el amor materno el hollín en las manos
no es suficiente cerrar persianas y ser la víctima
no bastan los relojes    
el espacio donde los pájaros convergen a la luz del día
las sábanas caídas de tanto amor
cuando todo se cierra no basta el chorro de agua
que te despierta
no bastan las flores      no basta abril
no es suficiente la mariposa de crepé que se incendia.

 (Johnny Barbieri)





Crepe Butterfly

Low-flying at night
black ties that weave the wings that will go to the sun
everything is tensioned
there are no roads to flee
no spaces to see the horizon that verticalizes
there is only barbed wire  there are just empty roads
a dismembered tree in front of the tub
the cigar will burn off and will burn the freshly enamelled nails
biting your white denim pleated skirt
you stop breathing
summer is long gone all that remains are
the shadows and all the abortions that await you
wings are hung since age nine
the house is empty since age nine
all it muted since age nine
Ted is gone since age nine
now nobody waits
errors accumulate as sharp knives and they surrounds you
slapping noises grow bigger
again the stove becomes empty, while your heart hardens
maternal love is not enough soot in the hands
It is not enough to shut blinds and be the victim
clocks are not enough
space where birds converge at daylight
sheets fallen from so much love
when everything closes, the water jet that awakes you, is not enough
flowers are not enough           April is not enough
It is not enough, the burning crepe butterfly

By: Johnny Barbieri
Translation by: Orquidia Rosado & Yini Rodríguez





viernes, octubre 02, 2015

Dos poemas de "Bandera de herejes"


/ cuatro versiones de Pessoa. enumeración de la anatomía
doce bigotes aleatorios. cuatro heterónimos que se odian. un reloj que acaba de enumerar el instante del fin. dos velas para alumbrar el estallido de tus ojos. trece curvas para salir corriendo de tus colmillos. un ave próximo a ser vuelo disperso. veinte barcos anclados esperando morir. seis cometas que surcan el cielo haciendo  una enredadera de posesos. un árbol sin pulir. un ataúd al borde de su putrefacción. un Pessoa por nacer. varios caminos borrados para andar siempre presurosos hacia la nada.





/opium. un elefante Cocteau
los mismos remeros en torno al abismo. el muro detrás del mundo que se pudre al alborear. aquí la nieve sobre los calderos el elefante de ojos perversos los utensilios insignificantes que se extraen del sombrero. opium. deletereas manos sin dedos que te arrancan el alma que agujerean tus no-cabellos. antielefante. elefante caníbal. Cocteau lleno de ramas muertas lleno de luces que revolotean que reflejan el espectro que te abraza al despertar.


Johnny Barbieri