martes, enero 08, 2019

Perro Mundo






PERRO MUNDO

  
Sientes una patada que te hace retroceder, entonces decides regresar. La calle se ha puesto demasiado peligrosa. No entiendes. En casa está el niño Gabriel esperándote. Solo él sabe que la calle te da miedo y que te estremece el alma cuando alguien te trata mal, inmediatamente te acaricia la cabeza y te abraza estrechándote contra su pecho. Es lo que te hace sentir bien, mueves la cola y saltas, zigzagueas dando ladridos de felicidad en el patio. La señora Valeria ha entrado a casa, es mejor retirarse - piensas, sus gritos histéricos te asustan. Buscas el cartón que han colocado en una esquina del patio de frías baldosas que te sirve de cama, sobre él das varias vueltas tratando de encontrar la posición más cómoda para echarte a dormir. Allí te quedas por horas, apenas te levantas para ladrar cuando alguien toca a la puerta, pero el rezongón de la señora te devuelve a tu lugar. Un trapo viejo que han colocado, hace más de un mes, para que te sirva de abrigo, lo empujas con tu hocico tratando de sacarlo del lugar, te incomoda, quieres alejarlo de ti. Hay un humor a rancio que no soportas, sabes que allí se engendra un criadero de pulgas. De vez en vez, te paras y te alejas, quieres echarte en otro lugar, pero la voz de la señora te despierta de aquel movimiento mecánico y corres a buscar tu sitio seguro, tu lugar donde eres menos vulnerable.

Los pasos flemáticos que logras oír son los del señor, te levantas y corres a su lado, sabes que te hará cariños en la cabeza y luego te ordenará que te quedes en aquel lugar, ya que a la sala no puedes entrar. Olisqueas en el aire, te paras, caminas por el patio, levantas tu fina nariz y olfateas con mayor profundidad, es pollo ahumado, entiendes que es hora de esperar, pronto vendrá la comida, aunque solo sea sobras, pero es tu comida y lo esperas con mucha ansiedad. Por suerte ya no están aquellos días en que la niña Verónica te dejaba con hambre, cuando se acordaba de ti ya había entrado la noche. Desde que se fue de vacaciones donde tía Victoria a Pacasmayo, la que te trae la comida es la señora Valeria. Primero rodeas el plato y luego engulles, sabes que no debe haber demoras, el hambre no espera. Al rato te sientes mejor, quieres salir a la calle y correr, te gustaría ir al parque que está a la espalda de la casa, echarte en la hierba, revolcarte en el montículo de tierra que se encuentra en una esquina, orinar hasta formar un charco enorme, y que todos los demás perros chuscos sepan que esa es tu zona, te gustaría defecar sobre la tierra removida, quisieras eso, entonces te empieza a doler el estómago, corres, das vueltas por el patio, vas a un rincón y no puedes, quieres aguantarte pero ya es tarde, lo has hecho justo en medio del patio, un mojón enorme, sabes que estás jodido, que esas cosas solo se hacen por las noches cuando el niño Gabriel te saca a la calle y te lleva a dar una vuelta por el barrio, hacia la canchita de fútbol. ¡Perro de mierda, asqueroso...no puedes ir a la calle! otra vez la patada de la señora que te manda a ocultarte en tu rincón, esta vez te doblas rápido sobre tu cartón y te envuelves como un ovillo, te quedas quietecito, sin hacer el menor ruido porque sabes que de un momento a otro te puede caer un escobazo. Solo después de un largo rato, cuando sientes el aire mansito y las voces se han apagado, decides levantarte a estirar un poco los miembros, caminas por esas baldosas moteadas delineando curvas, círculos, giros medio raros, estás cimbreante, rampas un poco, te encantaría quedarte así todo el día, muy dentro de ti estás alegre, sabes que ya falta poco para que llegué el niño Gabriel de sus clases. Cuando toca el timbre, brincas, ladras con desesperación, mueves la cola doblando tu cuerpo. Es el niño, su olor te lleva instintivamente a correr tras la pelota de hule, sabes que te hará saltar tirándola por los aires. Lo esperas a la puerta de la casa, no demorará mucho. Tus ojos se abultan tras la espera. Cuando se abre la puerta lo primero que hueles es su sandalias de cuero crudo, entonces te alegras, lo escuchas hablar pero no entiendes, solo corres tras la pelota y lo tomas con la boca, sabes que el niño vendrá hacia ti y te la quitará con fuerza, pero tú estás decidido, esta vez, a no dejártela quitar tan rápido, entonces se echa encima de ti y ríe, sientes que eso está bien, que él está contento contigo, le muerdes el brazo delicadamente y él te jala la oreja, entonces eres feliz, un momento que desearías estirarlo por el resto de tu vida, pero eso es imposible, el niño se irá pronto tras la voz imponente de su madre. Antes de irse bailoteas en medio del patio invitándole a que se quede, a que no te deje otra vez, quisieras decirle que ya estás cansado de estar solo y llorar, aunque no lloras como ellos, lo haces por dentro, quisieras gritarle que no te deje solo porque se te destroza el corazón y el alma empieza a dolerte como si un aguijón lo atravesara por completo. Después que te toca la cabeza, sientes sus pasos alejarse y otra vez quedas vulnerable, tus ojos parecen humedecerse, estás en blanco sin saber qué hacer ni en qué pensar, solo un enrejado de soledad y tristeza comienza a envolverte.

A la mañana siguiente, muy temprano, la señora te deja salir a la calle para que hagas tus necesidades, esta vez, estás decidido a llegar más lejos, caminas hacia el parque, solo encuentras a un perro amigo que te ladra, en cualquier otra circunstancia irías detrás de él y jugarías un poco, pero esta vez no, hay ciertos empellones que te obligan a seguir adelante, entonces te diriges a la canchita de fútbol, nunca hubieses ido si no estarías con el niño Gabriel, pero, esta vez, vas solo, caminas con temor, te asusta el más mínimo ruido, hueles, empiezas a olerlo todo, te acicalas un poco, son los nervios, buscas un montículo de tierra para poder orinar, lo haces de la manera más rápida, miras a tu alrededor, no hay niños bullangueros ni gente mayor que agarren una piedra y te lo avienten al lomo sin compasión. El día aún no se ha puesto del todo, decides seguir caminando, te paras, te lames un poco, avanzas, buscas con el hocico algo en la tierra, das vueltas y empiezas a defecar, pujas, una sensación de tranquilidad se empieza a enroscar en tu semblante, de lo más hondo de tu ser hay algo que se complace con la libertad y te empieza a gustar, entonces flaqueas, te distraes, cuando te das cuenta del error ya es tarde para escapar. Un costal te engulle por completo como un reptil, quieres escapar pero no puedes, muerdes a cualquier lado, sientes que estás atrapado y no sabes qué hacer, una incertidumbre se apodera de ti, algo por dentro te dice que no será nada bueno lo que te espera, tiemblas, como cuando la señora se enfada contigo por tus orines en el patio, pero esta vez sientes que es algo peor, tu instinto te hace pensar en algo malo, otra vez te mueves con mayor fuerza tratando de zafarte de aquella oscuridad que te estremece. Agudizas el oído, solo escuchas voces extrañas que no entiendes, pasos que aceleran sobre el suelo sin asfaltar. De pronto sientes tu cuerpo chocar contra el duro terreno, muy rápido intentas voltear el lomo tratándote de poner en pie pero no puedes, tu corazón se acelera aún más, te empieza a faltar el aire, tu aliento se hace espeso, empiezas a resollar. Cuando se abre el hocico que minutos atrás te ha engullido, quieres huir, llamar al niño Gabriel para que te salve de estos desconocidos que acaban de colocarte una soga al cuello. En tu desesperación logras morder una mano gruesa y venosa que luego te toma de la nuca y te levanta en peso, una flaca silueta se coloca delante de ti y apura el amarre. Logras ver a otros dos pintando en la pared letras que no entiendes. Sientes que ya no puedes hacer nada, entonces te dejas llevar por la providencia, quizás el destino no sea tan malo contigo. El hombre, el amo sabe lo que hace. Cuando sientes que la soga tensa tu cuello, ya es tarde para todo. Solo asciendes sobre un poste viejo a las alturas.

 (De "El Hijo rojo y otros cuentos" - Johnny Barbieri)