viernes, agosto 11, 2006


BRANDA Y LA MESÓN DE LOS PANDOS, Johnny Barbieri, Ed. Noble Katerba. Lima, 1993; 84 pp. *

Por: Carmen Ollé

La poesía de los setentas significó un cambio en la temática con respecto a Lima. Antes que los poetas horazerianos, el influjo de ciudades como París, vía la poesía francesa, había dejado su huella simbolista en Moro y en Eielson. A partir de Hora Zero, el simbolismo y surrealismo quedan prácticamente descartados. Los poetas nuevos vuelcan su mirada a Lima y la convierten en el escenario de sus poemas. Lima y el centro son territorios por donde transitan los protagonistas de Pimentel, Verástegui, Ramírez Ruiz.
En Johnny Barbieri observo un cambio también importante. Para los poetas posteriores a Hora Zero, la ciudad era más un estado interior que una zona fácilmente demarcada por invisibles murallas. Barbieri crea un escenario diferente: la ciudad mítico-simbólica, que ha derribado esas barreras, y extiende sus tentáculos más allá de océanos y cordilleras. Así asistimos a un territorio citadino conformado por muchas ciudades, que se nombran en el libro, que son la ciudad en mayúsculas. Esta ciudad la configuran: París, Manhattan, Viena, Roma, Buenos Aires, San Petersburgo y Lima. Todas ellas son parte del mito y tienen su propia simbología. Manhattan alude a la modernidad peligrosa, agresiva, pero también a “la América de los sueños”. París es el viejo París de los pintores y poetas surrealistas, pero también el lugar de los encuentros inesperados; y pienso en Nadja de Breton, y cómo el poeta descubrió en sus calles a esta muchacha de origen ruso, del mismo modo como Barbieri conoció a Branda en París, y como Verástegui conoció a Sonja en Lima. Branda es la heredera de Nadja y de Sonja. Como ellas huele sospechosamente a misterio, a niña mujer, y tiene esa locura-sabia de La Maga de Cortázar, con sabor a existencialismo, a ropa negra, a humo de cigarrillos y jazz. En cambio, Roma tiene otra presencia. En el poema “La edad de oro”, leemos que Branda con otro nombre (Lena) “deja caer lentamente su cuerpo a los instintos de la carne desconocida” y se convierte en puta, mujerzuela “al orden del día en todos los rincones donde se perturban los deseos”. Esta es la Roma de Fellini de Ocho y medio, del Satiricón, de Amarcord, etc.
Pero no en vano el vínculo con Breton se transmite a través de Branda, porque Barbieri ha bebido de la fuente del surrealismo hasta hartarse, y hasta negarlos, como él mismo reconoce: “Hasta aquí llegué: Chopín Adán Tchaikovski Buñuel Rimbaud Moro Valery Eliot Dalí Cortázar”. Este es el mapa literario de Barbieri, al que le faltó incluir En los extramuros del mundo de Verástegui. Porque la impronta de Breton es algo que se trasluce en su poemario, sobre todo en lo que concierne a la producción de imágenes por asociación libre.
Como en algunas que cito:

“un cuerpo de barcas con cicatrices y espadañas de cristal de agua” o, “una habitación sangrándome en las axilas” y “el poder de un número con olor a un pájaro hembra emplumada de sueños absurdos”

Pero este lenguaje construido en base a ritmo e imágenes por asociación libre, que tienen mucho que ver con la escritura automática, método proclamado por Breton, sirve al poeta para construir a su vez un doble símbolo. Este símbolo, como dije, tiene su base en la ciudad mítica, que más que una ciudad es un territorio. Y en él, el poeta sitúa a Branda y la convierte en sujeto erótico. Pero estamos frente a un erotismo también simbólico, porque quien realmente hace el amor en esa alcoba rota es la poesía y quien la escribe Johnny Barbieri: no nos confundamos entonces al leer estos versos:

“Una habitación con una pobre puta enmascarada
de mujer de alta sociedad y de altos tacones
para andar de manera respetable por las calles
de Lima de París de Buenos Aires”

Pienso que Lima, París y Buenos Aires son más que ciudades o cosmópolis, son la referencia simbólica de un erotismo que sólo se consuma vía la magia y voluptuosidad de las palabras convertidas en verso, en poesía.

*Leído en la presentación del libro (Lima, 1993)

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